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El sueño lúcido.

   Desde la más remota antigüedad, los sueños han sido considerados una fuente de inspiración que nos transmite mensajes misteriosos. Los chamanes, por ejemplo, veían confirmada su vocación sagrada en el transcurso de un sueño, mientras que para los profetas de Israel los sueños eran portadores de mensajes divinos. Más recientemente la psicología, y en particular la teoría de Freud, afirma que los sueños son el camino al inconsciente.
   Es posible que la mayoría de nosotros hayamos tenido, en alguna ocasión, la experiencia de darnos cuenta repentinamente de que no es más que un sueño, mientras estábamos inmersos en una dramática aventura o bajo una pesadilla. En ese momento nos tornamos lúcidos; estamos soñando, nos damos cuenta, y ese descubrimiento puede proporcionarnos una sensación de alivio, asombro y libertad. Entonces somos libres para enfrentarnos a nuestros monstruos, para satisfacer nuestros deseos o para tratar de descubrir nuestras aspiraciones más elevadas sabiendo que no somos las víctimas, si no los creadores de nuestra propia experiencia. Como dijo el filósofo Nietzsche: Quizá exista alguien que, al igual que yo, recuerde haber proclamado victoriosamente en medio de los terrores y los peligros de un sueño: "Esto es solamente un sueño y quiero seguir soñando".

   Este tipo de sueños, no obstante, son excepcionales y solemos carecer de la capacidad para inducirlos. Cabría preguntarnos, pues, si existe algún método que nos permita desarrollar la capacidad para despertar a voluntad en medio de un sueño, una pregunta que ha sido contestada afirmativamente por muchas tradiciones contemplativas y por investigadores del sueño. Ya en el siglo IV, Patanjali recomendaba ser testigos de los procesos del sueño y del sueño profundo. Cuatro siglos después, el budismo tibetano desarrolló un sofisticado sistema de yoga onírico. En el siglo XII, el místico sufí Ibn El-Arabi afirmaba que una persona debe controlar sus pensamientos durante el sueño. Recientemente varios investigadores y maestros espirituales han confirmado también la posibilidad de desarrollar el sueño lúcido. 

   Durante décadas, los especialistas occidentales habían desdeñado estos informes como simples quimeras, pero a lo largo de los años setenta, tuvo lugar uno de los hitos más relevantes en la investigación del sueño. Nos referimos al trabajo de Alan Worsey en el Reino Unido y de Stephen Laberge en California. Estos aportaron evidencia experimental sobre la existencia del sueño lúcido y aprendieron a provocar deliberadamente este fenómeno. Estos investigadores permanecían monitorizados electrofisiológicamente en el laboratorio, y no solo podían comunicar -mediante ciertos movimientos oculares- a los observadores externos que estaban soñando, si no también que ellos lo sabían. Mientras tanto, su EEG mostraba el típico patrón de ondas MOR característico del sueño, ratificando, de ese modo, la veracidad de sus afirmaciones. A partir de ese momento, la investigación y la comprensión del estado onírico sufrió un cambio radical. 


   Una de las principales consecuencias filosóficas de este descubrimiento tiene que ver con la naturaleza del estado de vigilia. Después de todo, si noche tras noche creemos en la objetividad del mundo y del cuerpo onírico, es decir, de considerar que se trata de acontecimientos reales que existen más allá de nuestra mente, ¿no podría ocurrir lo mismo con el mundo y con el cuerpo vigílicos? ¿Cómo podemos estar seguros, pues, de que el estado de vigilia no es también una especie de sueño? Como advierte el budismo tibetano, el estado de vigilia no presenta ninguna característica que nos permita diferenciarlo claramente del sueño. 
  Hay muchos filósofos y tradiciones místicas que coinciden con esta apreciación. Según Schopenhauer, por ejemplo, el universo es un gran sueño soñado por un ser, en el que todos los personajes también están soñando. 
   Quienes han aprendido a desarrollar la lucidez en sus sueños comprenden en profundidad cuán convincente y objetivo puede resultar el mundo onírico, y cuán dramático puede resultar el despertar personal. El soñador lúcido experimenta con inquietante claridad que lo que parecía un mundo incuestionablemente externo, objetivo, material e independiente, es en realidad una creación interna, subjetiva, inmaterial y dependiente de su propia mente. Hay quienes ponen entonces en tela de juicio sus antiguos puntos de vista, empiezan a preguntarse si el estado de vigilia no debería también ser considerado como una especie de sueño y comienzan a vislumbrar el sentido de la afirmación de Nietzsche, de que inventamos la mayor parte de lo que experimentamos y somos mucho más artistas de lo que creemos. 
   Este hecho tiene importantes implicaciones teóricas y prácticas que afectan muy directamente a nuestro estado de vigilia. Cuando estamos soñando creemos que nuestro estado de conciencia es claro y que estamos viendo las cosas como realmente son; sin embargo, cuando despertamos subrogamos la conciencia onírica y reconocemos sus distorsiones. ¿No podría, a caso, ocurrir lo mismo con nuestro estado de conciencia ordinario? Y si eso es así, ¿Existe algún modo de despertar y ser más conscientes de nuestra vida cotidiana?

   A lo largo de los siglos, las grandes tradiciones religiosas han afirmado que nuestro estado habitual de conciencia se halla distorsionado, y también han insistido en la posibilidad de despertar. En realidad, las tradiciones contemplativas nos instan a reconocer las limitaciones del estado de conciencia ordinario y nos proporcionan métodos prácticos para despertar a ese estado no distorsionado conocido como el nombre de iluminación. 
   Pero nuevamente aquí se nos plantean un par de cuestiones adicionales acerca del estado de lucidez. ¿Es posible clarificar el estado de lucidez y aplicarlo tanto al sueño sin ensueños como al estado de vigilia? ¿Podemos cultivar ciertos estados superiores de conciencia mientras estamos soñando y, de ese modo, desarrollar lo que Charles Tart denomina "sueños superiores"?
   Tanto los informes personales como la reciente investigación sobre el sueño parecen responder afirmativamente a ambas preguntas. Por una parte, sabios de la talla de Aurobindo y Steiner han señalado la posibilidad de mantener una lucidez continua a lo largo de la mayor parte de la noche. Algunos practicantes avanzados de la meditación trascendental han constatado también esta experiencia y han sido capaces de mantener una especie de consciencia-testigo durante todas las fases del sueño. Esto significa que mientras sueñan permanecen identificados con la conciencia pura y pueden, de ese modo, dedicarse simplemente a contemplar los personajes y las situaciones oníricas sin verse afectados por ellas. Por otra parte, esta observación ecuánime puede extenderse a la vida cotidiana. Según la tradición védica, el primer estadio de la iluminación se alcanza cuando la conciencia-testigo permanece de manera continua e ininterrumpida. 


   Evidentemente, el yoga y la meditación pueden provocar el sueño lúcido y éste, a su vez, puede ser utilizado como un tipo de meditación. En realidad, la lucidez parece conducir espontáneamente a los meditadores a este punto. Los practicantes avezados señalan que finalmente desaparece incluso la misma emoción de satisfacer repetidamente un deseo, y el soñador empieza a buscar algo más significativo y profundo. Estas personas parecen re-descubrir la vieja idea de que los placeres sensoriales no pueden proporcionar una satisfacción definitiva. 
   En este punto, podemos comenzar a buscar determinadas experiencias transpersonales y utilizar el sueño como una técnica transpersonal. Para ello, sin embargo, será necesario utilizar tres estrategias diferentes. En primer lugar, hay que buscar una experiencia espiritual dentro del mismo sueño; ya sea bajo la forma de un símbolo, de un maestro o de una deidad. A continuación tendremos que adoptar una actitud más receptiva y dejar el control de nuestro sueño en manos de un poder superior, un poder que puede ser concebido como un guía interior, el Yo superior o la Divinidad. Finalmente, deberemos emprender una práctica meditativa mientras nos hallamos todavía en el sueño. El yoga del sueño, propio del milenario budismo tibetano, es posiblemente la técnica de este tipo que haya alcanzado mayor popularidad. Según el Dalai Lama, los yoguis tibetanos aprenden a desarrollar la lucidez tanto en los sueños como en el sueño profundo, permaneciendo así conscientes durante las veinticuatro horas del día. Además, las horas de vigilia se ocupan también de cultivar la conciencia de que su experiencia de la vigilia es también un sueño. El resultado de este tipo de práctica es un estado de conciencia ininterrumpido, la sensación de que toda la experiencia no es más que un sueño y, en última instancia, el logro de la Gran Realización. 
   El paso final que conduce a la Realización consiste en comprender que todo lo que está en elsamsara (la existencia) es tan irreal como un sueño. La Creación Universal, con sus múltiples esferas de existencia, desde las formas inferiores hasta los más elevados paraísos búdicos, no son diferentes contenidos de este sueño. Con la emergencia de esta sabiduría, el aspecto microcósmico del macrocosmos despierta plenamente, la gota de rocío se sumerge en el océano resplandeciente, en la bienaventuranza del Nirvana. 


Fuente: Onirogenia.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un post bastante filosófico, a mi parecer. Me encantó. Me hizo tratar de recordar algún sueño donde halla podido darme cuenta de que era un sueño pero no estoy seguro si en realidad lo hice (si sí, máximo lo he hecho una o dos veces) o al pensar en ello, mi punto de vista consciente se sobrepuso al punto de vista de mi sueño y me hizo creer que tomé consciencia en ese momento pero en realidad no fue así. Pero lo que sí sé es que ahora quiero soñar para poder practicar el tomar consciencia de ello.

Genesis dijo...

Claro que sí. Es una experiencia muy bonita. Hay diversos "manuales" que rondan por la red para experimentar sueños lúcidos. Aunque quizá no te sirvan mucho, porque cada uno tiene su modo de entrar en ellos, pueden marcarte algunas pautas. Ánimo!

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