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Sobre el consumo de enteógenos.

   En "El manjar de los dioses" de Terence McKenna, nos encontramos con la teoría de que ciertas drogas pudieron ser cruciales para la evolución de nuestro sistema neurológico y el surgimiento de las primeras sociedades humanas. Otros autores, como Timothy Leary o Robert Anton Wilson, también han augurado que el uso de substancias psicotrópicas será igualmente imprescindible para el futuro. 
   Lo cierto es que, aun sin tener que echar mano de especulaciones o predicciones arriesgadas, parece evidente que las drogas han estado presentes en el deambular de nuestra especie desde tiempos inmemoriales y también que nos acompañarán durante un buen trecho del futuro. Inseparables de nosotros, éstas nos han sido útiles a lo largo del tiempo en infinidad de asuntos que van desde lo medicinal a lo religioso, pasando por lo festivo y la simple abstención de placer, hasta el punto de que podríamos afirmar que en cierto momento pasaron a formar parte de las prácticas que nos caracterizan como humanos, a un mismo nivel que también lo fueron el lenguaje escrito o el arte. No obstante, esto no ha impedido que fuera objeto de una intensa represión, por lo que durante siglos, ya sea en nombre de Dios, el orden, la salud, la cordura, la lucha de clases o el bienestar social, nunca han faltado excusas para condenar el estado de ebriedad conseguido mediante el consumo de substancias. Condena que, por otro lado, no ha evitado el doble rasero del poder, siendo usadas las drogas muchas veces como coartada para el control de la población y como perfecto subterfugio para manejes políticos y económicos a escala internacional.
   Por nuestra parte, las drogas -y más concretamente las substancias enteogénicas, es decir, las que son susceptibles de ser visionarias- serán consideradas aquí como posibles herramientas de conocimiento y liberación. En este caso el conocimiento será en cuanto de nosotros mismos o nuestra íntima relación con el mundo, y la liberación respecto de unas circunstancias sociales y existenciales indeseables. Desde esta postura, lógicamente, juzgamos que tendrían que estar al alcance de todos y que ninguna excusa puede anteponerse a una libre experimentación. Ahora bien, para que esto llegue a ser así algún día, también habría que reconsiderar detenidamente el porqué de tantos impedimentos para el uso de drogas.
   En realidad desconocemos qué ocurre cuando consumimos una droga potente. A un nivel fisiológico podemos comprender algo, el cómo y el porqué. Pero a otros niveles, como es el puramente subjetivo, con seguridad solo podremos afirmar que tiene lugar una intensa modificación de nuestra normal relación con la realidad, pero a partir de ahí nos perderemos en infinitas disquisiciones sobre la naturaleza de este cambio. Pero eso no quiere decir que sea algo estrictamente privado, totalmente separado de la realidad colectiva. De hecho la experiencia hasta cierto punto y sobretodo su posterior interpretación puede depender de los prejuicios y factores ideológicos –en uno u otro sentido- heredados por cada individuo. Por lo tanto, cada juicio a posteriori, así como en gran medida la propia vivencia en sí, serán inseparables del paradigma cultural –en su más amplio sentido- envolvente al que la vive.
   Por lo cual, para bien o para mal, habrá que estar de acuerdo con aquellos que ven en el hecho de tomar drogas una acción de alcance colectivo, ya que no producen su efecto solo sobre el que las toma, de una u otra manera las consecuencias llegan a extenderse al resto de su comunidad. Y de esto podemos empezar a deducir parte del verdadero alcance de las drogas. Efectivamente, si éstas son algo más que una forma de evasión, como bien han sabido aquellos que a lo largo de la historia han puesto su mayor esfuerzo en extirparlas de los usos y costumbres de la gente, será porque irrumpen en ése plano que supera lo individual y estrictamente personal que determina la orientación de una sociedad. De ahí el rechazo que siempre han causado en las instituciones del poder o en amplios estratos de la población poco proclives a los cambios y que durante siglos nunca han dejado de buscar excusas para condenar el consumo de multitud de substancias en nombre del funcionamiento de la sociedad en su conjunto. 
   Esto hace que plantear algún tipo de defensa del uso de drogas, tal como aquí pretendemos hacer, deba enfrentarse antes a multitud de acusaciones que versan, principalmente, sobre la esencial falta de solidaridad que se deriva de esta práctica. Así pues, bajo este punto de vista, el consumidor de drogas es, ante todo, un egoísta irresponsable de las consecuencias de sus actos, y tal achaque –acompañado también de la amenaza de multitud de peligros para la salud- es el principal baluarte para la condena de las drogas. Drogarse es, según el parecer de una gran parte de la gente, quebrar sin justificación la realidad considerada ordinaria e introducir un elemento discordante. Si en un pasado drogarse podía significar, por ejemplo, la caída en una moral extraña a los designios del Señor, en la actualidad puede suponer el desinterés por los valores que fundamentan la sociedad dominante: la economía y el consumo. 
   En la sonrisa del drogado, en su actitud distante –e incluso en sus momentos de terror- se percibe un desprecio por el mundo normal que se considera que podría ser peligroso de extenderse. Por lo cual, la sociedad moderna ha procurado que las drogas afecten lo menos posible a los pilares del sistema, ya sea encaminando su uso a un aspecto meramente lúdico y fácilmente controlable, o bien exiliándolo a los márgenes de la vida oficial mediante la ilegalidad en sus manifestaciones más extremas. 
   Por lo demás, habría que señalar que esta neutralización del verdadero potencial de la ebriedad, no deja de entrar en un contexto general de rechazo de todas aquellas inquietudes humanas que igualmente pudieran hacer peligrar el estatus quo, sean ideas, creencias, sensaciones o prácticas que derivarían en un peligro para lo considerado normal. Es decir, este rechazo se trata de algo inherente al propio fundamento que ha hecho posible el desarrollo y mantenimiento de nuestra actual civilización: a saber, el triunfo de lo racional y el esfuerzo colectivo por construir un paradigma estable.
   En este reino de lo abstracto y racional, cualquier incursión profunda en lo imaginario efectuada por una persona adulta es considerada una momentánea desconexión de lo razonable, un mero descanso del verdadero intelecto, pero llegando a ciertos extremos puede ser visto como algo propio de una mentalidad infantil o directamente patológica. En este sentido, la ebriedad puede suponer un acto de aguda transgresión, una ruptura repentina con las coordenadas consideradas como válidas. Aun más, una experimentación con drogas tan potentes como los enteógenos (LSD, psilocibina, mescalina) y más al margen de lo meramente lúdico, sobre todo a ojos de una sociedad como la nuestra que huye de todo vestigio de lo que considera irracional (aunque se comporte la mayoría de las veces de forma desquiciada), se torna incomprensible y peligrosa. Drogarse así supone forzar sin motivo lo anormal, lo imprevisto… provocar la irrupción del misterio en un mundo que se creía vacío de misterios.
   Y así es, las drogas y especialmente las substancias enteógenas, hacen que nuestra experiencia del mundo, que parecía tan limitada y predecible, muestre de pronto aspectos desconocidos que debemos afrontar. Repentinamente somos introducidos en un laberinto de espejos, donde esa frontera entre el mundo y nosotros forjada por el materialismo y la ciencia se difumina. En el centro de este laberinto somos llamados a vivenciar el propio misterio de la consciencia, así como el misterio de todo aquello que ésta cobija, y esto es, en la práctica, de todo lo que vivimos.

Fuente: Onirogenia.


   La clase política está avasallando el movimiento, comparándolo con ideologías nazis, diciendo que hay organizaciones criminales detrás, diciendo que lo único que proponemos es el cáos y la violencia, cuando tan solo pedimos mejoras democráticas. Aunque siga siendo una democracia imperfecta, será mejor que lo que tenemos ahora. Por ello, el día 19 de junio hemos de tomar las calles para hacernos oír, para hacer ver que no tenemos relación alguna con ningún acto violento. 
¡Ánimo, esto no ha hecho más que empezar!

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