En una entrada anterior se habían expuesto las teorías que afirman que la materia, no tan solo algunos seres vivos, poseen conciencia. Continuamos pues con este, cuando menos, curioso tema.
Ya sea por caminos científicos, filosóficos o espirituales, asumir la idea de que la materia está dotada de conciencia puede contribuir a que el ser humano cambie su manera de enfrentarse a la existencia. No es lo mismo vivir rodeado de una naturaleza muerta, pasiva o inconsciente, que formando parte de una realidad sintiente e inteligente. En el primer caso, un abismo separa al ser humano de su entorno, y por eso se siente autorizado a utilizarlo sin limitaciones. En el segundo caso, está abierto a descubrir y a maravillarse con todo lo que le rodea, por lo que se siente inclinado a mostrar mayor respeto.
Según De Quincey, la visión moderna del mundo se basa en la actitud de la ciencia hacia el fenómeno de la conciencia y su relación con la materia. Es la causa de que la naturaleza carezca de valor intrínseco y de que por tanto sea maltratada sin piedad. La negación de la conciencia al resto de seres y cosas causa una fragmentación que afecta a la relación entre personas y colectividades, a la educación y al sistema legal: quien no tiene conciencia no tiene derechos.
De la misma opinión es la filósofa australiana F. Mathews, quien describe la situación actual de crisis global -cambio climático, extinción de especies, agotamiento de recursos, contaminación- como un síntoma de la profunda desorientación de la conciencia y cultura humanas.
El objetivo de De Quincey y otros defensores del panpsiquismo es que la filosofía y la ciencia actuales recuperen la comunicación con el resto de seres vivos y las cosas, porque servirá para vivir de una manera más plena, respetuosa y armónica.
Un cambio en el paradigma científico que reconociera algún nivel de conciencia en la materia nos vincularía estrechamente con el entorno y contribuiría a la modificación de los comportamientos y los valores. Hace falta mirar lo material con ojos nuevos. No se trata de algo inerte, sino algo donde palpita lo que consideramos más parecido de nosotros mismos.
No obstante, Mathews advierte contra el riesgo de entregarse a un nuevo y absurdo animismo. En su opinión, en ningún caso se trata de adorar al Universo, a Gaia, a los animales o a las piedras preciosas como si dirigieran nuestros destinos. "La comunicación con el mundo es un fin en sí mismo, como una de las experiencias bellas de la vida, más que como un medio para obtener seguridad o suerte", dice Mathews.
Algunas de las ideas que sostienen los panpsiquistas son tentadoras desde el punto de vista de la medicina, por ejemplo. ¿No podemos utilizar las vías de comunicación entre el cerebro y el cuerpo para recuperar la salud? La física cuántica y la hipótesis holográfica se han mencionado como posibles explicaciones de la eficacia de terapias alternativas como la acupuntura o la visualización guiada. Pero, sobre todo, el paradigma de la conciencia más allá del cerebro sirve para compensar las deficiencias de la medicina convencional, que trata el cuerpo como una máquina desconectada de la persona. D. Chopra, neurólogo y experto en medicina tradicional india, explica que el organismo está dotado de una inteligencia que puede movilizar la curación y que nos podemos comunicar con ella a través de las emociones y los sentidos. Percibir el propio cuerpo y cada una de sus partes como entes conscientes, sin duda puede servir para desplegar nuevas estrategias con las que conquistar mayores cuotas de bienestar y plenitud.
Algunos autores sugieren que incluso se puede alcanzar la inmortalidad. Según el anestesiólogo S. Hameroff, no es científicamente imposible que los patrones de información que se activan a nivel cuántico y que se corresponden con la conciencia puedan trasladarse a otro lugar después de la muerte del cuerpo. Su destino podría ser, a lo mejor, un embrión.
Significado del amor.
La experiencia humana del amor hace que la mente individual se vuelva permeable a las demás conciencias. En las relaciones personales, se siente la fusión con el otro. La misma experiencia puede vivirse con los seres vivos, los espacios naturales y el Universo entero, como han asegurado los místicos de todos los tiempos.
Contacto más estrecho.
Aumentando el tiempo que pasamos en medios naturales, podemos cultivar nuestra habilidad para captar las conciencias no humanas. Es importante la actitud. Ante una planta, un animal o una roca, podemos preguntarnos cuál puede ser su historia, de dónde viene y a dónde va, qué necesita para existir, qué peligros le acechan o cuáles son sus placeres.
Los rituales y las artes.
El objetivo no es saber sobre la naturaleza, sino relacionarse con ella, sentirla y gozarla. Los seres humanos han vivido siempre estas experiencias creando rituales y celebraciones estacionales, así como obras de arte. Además de razón y lógica, la conciencia humana tiene capacidad para comunicarse a través de la metáfora y las emociones.
Ahora y aquí.
Para el hombre moderno no se trata de recuperar antiguas o exóticas prácticas que ya no son suyas, sino de crear las propias. Tampoco conviene soñar un mundo utópico y demasiado humano. En el día a día, incluso en la ciudad, surgen oportunidades de ayudar a la naturaleza.
Un cambio en marcha.
Enamorarse de la naturaleza puede provocar profundos cambios en la mente y el comportamiento. Es el camino más eficaz para corregir los efectos negativos sobre la sociedad que tiene una cultura alejada de la realidad.
En una gota de agua, observada bajo el microscopio, se observan seres vivos unicelulares que demuestran inteligencia en su comportamiento: se mueven, se relacionan, buscan comida, evitan peligros y se reproducen.
Hameroff y Penrose han elaborado una interesante teoría sobre la conciencia: Microtúbulos. Proponen que en unas estructuras proteínicas denominadas microtúbulos, que se hallan en las células de todos los seres vivos y de manera más abundante en las neuronas, tienen lugar estados cuánticos que guardan relación con la auto-conciencia humana. Los colapsos cuánticos en los microtúbulos, que son instantes de conciencia, suceden con diferentes intensidades y frecuencias (normalmente, 40 veces por segundo).
Revista integral.
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